MANCUSO,
“EL DE LOS PODERES"
El
nuevo se llamaba Mancuso. En la escuela decían que tenía poderes, que su mamá
era una bruja y que su papá no estaba porque ella lo había convertido en un
sapo. Nadie quería ir a la casa a hacer los deberes con él y los pocos que le
hablaban era por miedo a que si no les daban bolilla, los hiciera desaparecer.
La maestra casi nunca lo llamaba a dar lección y siempre le ponía diez.
Un día que me invitó, fui a la casa. Era una
casa normal. La mamá hacía pochoclo y chocolate con mucho chocolate. No tenía
jardín y menos un sapo que le dijera "hijo, no te metas los dedos en la
nariz". En donde dormía la mamá había una computadora con la cual ella
hacía unos mapas redondos con símbolos y estrellitas que servían para saber
como le iba a ir ese año a la gente.
Casi cuando me estaba yendo Mancuso me dijo que
él movía las orejas con la fuerza de su mente. Yo no me iba a quedar atrás y le
retruqué que podía darme vuelta los párpados, pero sólo si había público y algo
apostado de por medio.
En realidad, yo quería que me viera Sandra, la de la
vinchita. No iba a desperdiciar mi número fuerte sólo para Mancuso. Al otro día
en la escuela, en el recreo largo, ya todos sabían de la apuesta y se juntaron
alrededor nuestro en el aula. Hicimos "piedra, papel o tijera" y perdí
así que me tocó primero. Ante los ojos enormes de todos, y en especial los de
la Sandra, me dí vuelta los párpados y asusté a los que tenía cerca. Me
aplaudieron y enseguida miraron a Mancuso. Estaba serio, muy concentrado.
Cuarenta ojos le miraban sus orejas que se ponían coloradas pero que no se
movían. Cerró los ojos y de repente, sin que nadie las tocara, las cortinas que
daban al patio se cerraron. Enseguida empezaron a volar tizas y el borrador
hacía rulos en el aire. Lo que había en el escritorio de la maestra empezó a
cambiar de lugar. Todos gritaban, algunos de miedo, otros de contentos pero yo
no le quitaba la vista a sus orejas que seguían inmóviles. De repente, abrió
los ojos y todo volvió a su lugar, hasta las cortinas. Hubo un largo silencio
que interrumpí: "Esta todo muy lindo, pero las orejas no se
movieron" De a poco todos me fueron
dando la razón, y Mancuso casi llorando tuvo que darme su bolón de la suerte,
su yoyó y su llavero de Boca.
A partir de ese día nadie le tuvo más miedo, la
maestra lo llama siempre a dar la lección y si se porta mal la mandan a llamar
a la madre.
Y todos quieren saber como hago lo de los párpados y yo les digo:
"Poderes...son mis poderes".
Entonces me miran asustados y se van.
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